Aquellos que tenemos el privilegio de trabajar en comunicación conocemos de primera mano las virtudes simbióticas del diálogo. Pero, tal vez ha llegado el momento en que tengamos que reconducirlo y comenzar a usar nuestras habilidades para entender y aprender del otro, no solo para persuadirlo y utilizarlo. Si nos limitamos a llevarlo a nuestro terreno estaremos perdiendo toda la riqueza que el otro nos puede ofrecer. Tantos años de retórica y persuasión, más o menos ocultas, nos han hecho olvidar que solo la otredad, lo diferente nos enriquece. Hablamos de la dialógica.
Porque lo que realmente está en juego no es lo que se dice sino lo que se intercambia, la posible reconciliación de nuestros propios intereses, ideas, conocimientos con los de los demás. ¡Tantas alianzas posibles que no hemos querido o sabido hacer a lo largo de nuestras vidas! Por eso no dejemos que nuestros intereses se reduzcan a la materialidad cosificada de lo económico, ni al fanatismo sacralizado de lo ideológico. Ambos son reduccionistas y excluyentes. La vida nos ofrece en su cotidianidad muchas otras dimensiones de la reconciliación: la fusión de músicas, colores, pieles, amores, culturas, ideas, conocimientos, deseos, esfuerzos y, cómo no, humanas ambiciones. Dicen que la primera civilización surgió cuando hicimos el primer gran esfuerzo cooperativo: la canalización del Trigris y el Eufrates. Hoy somos 7.000 millones de personas y al igual que ayer todos tratamos de alcanzar nuestras propias metas: el humano es un ser intencional. Y eso será desigual y difícil, seguro que alguien se nos cruzará en el camino, pero será más viable con alianzas que con enfrentamientos. Sabiendo que cuando surjan los enfrentamientos tendremos que esforzarnos por darles la vuelta y poder hallar el punto de interés común y de equilibrio que nos permita articularnos. Sé que suena algo utópico, por eso necesitamos hombres como Mandela que nos aporten el ejemplo y nos enseñen que la reconciliación es siempre posible. Descanse en paz